¿Libre?

Publicado el 20/08/2025

La mayor conquista del sistema no fueron las armas ni el dinero: fue el deseo. Nos enseñaron a soñar lo que ellos necesitan, a amar lo que nos destruye, a vestirnos con cadenas invisibles y sonreír como si fueran joyas. Creemos elegir, pero nos eligen. Nos vendieron la palabra “libertad” como un talismán, pero está hueca: somos administradores de jaulas, pastores de nuestras propias rutinas domesticadas. El poder real no necesita fusiles ni tanques; no grita, susurra. Palacio de Gobierno, Congreso, Tribunal Constitucional: la misma escenografía de cartón. El verdadero amo vive lejos, detrás de servidores encriptados, fondos de inversión y consejos privados donde no entra la prensa. Allí no se vota: se decide el límite de lo posible y se mutila la imaginación de pueblos enteros.

En el Perú de 2025, la democracia es un menú infantil. Netflix o Disney+, Uber o Cabify, izquierdas o derechas: las manos que moldean a los candidatos son las mismas que moldean el algoritmo. El voto, ese ritual que nos vendieron como soberanía, es apenas la elección del color de la jaula. La forma de la jaula ya viene decidida por quienes jamás pisarán la Plaza San Martín. El “poder ciudadano” es un eslogan. Los medios nos venden el espectáculo de la política, pero no su backstage: la cocina donde se decide qué es pensable y qué no.

Los actores reales no aparecen en boletas ni noticieros. Vanguard, Citadel, BlackRock: nombres fríos que deciden el precio del cobre, del oro, del gas y, por extensión, el precio de la vida misma. Nuestra Amazonía, mientras tanto, es un laboratorio para experimentos genéticos y minería de datos biométricos. No hay transparencia, hay protocolos secretos, reuniones selladas y tratados que nunca llegan al Congreso. Nos venden la narrativa de la ayuda: “emprendimientos sostenibles”, “capacitación para pescadores”, “alianzas público-privadas con visión global”. Palabras bonitas para vestir el saqueo. En realidad, lo que instalan son narrativas de sumisión para allanar el camino a los inversionistas externos. El discurso es “desarrollo”; la práctica es despojo.

Piura es hoy un símbolo perfecto de esta derrota. Playas ‘privatizadas’ por consorcios extranjeros mientras los pescadores, dueños históricos de ese mar, reciben cursos de “sostenibilidad” dictados por burócratas que jamás han tocado un anzuelo. En Puno y Cusco, el litio podría cambiar el destino del país, pero Perú no refina ni una tonelada: extraemos materia prima y exportamos riqueza; importamos pobreza disfrazada de progreso. Los contratos energéticos —gas, litio, petróleo— se negocian en tribunales extranjeros; el Perú no delibera, obedece. Nos repiten el viejo mantra: “trabaja duro y subirás”. Pero, ¿cómo subir cuando tu salario lo decide un algoritmo en Wall Street y tu futuro se negocia a tres tiempos distintos? No somos dueños de nuestros recursos, y tampoco de nuestro tiempo.

El sistema no nos oprime con látigos: nos seduce. Nos promete que si ahorramos, innovamos, trabajamos más, seremos como “ellos”. Pero son “ellos” quienes diseñan las reglas del juego, quienes deciden cuándo comienza y cuándo termina la partida. Ellos definen qué sueños son aceptables, qué miedos son rentables, qué esperanzas conviene administrar. Controlan los precios de la comida, los rankings universitarios, los fondos de pensiones, las carreteras que se asfaltan y las sequías que se “prevén”. Incluso deciden qué indignación se vuelve trending topic cada noche. Mientras tanto, nuestros políticos juegan a la guerra de TikTok, matándose por titulares que duran 24 horas. Y nosotros, ingenuos, creemos que ahí ocurre el poder.

Hoy las cadenas ya no atan los cuerpos: domestican los deseos. El algoritmo que decide tu próxima canción también decide qué libros leerás, qué candidato verás, qué futuro aceptarás. Nos han reducido a un perfil de consumo y a una estadística electoral. La liberación no empieza en las urnas: empieza en la mente. No se trata de consumir distinto, sino de desear distinto. Dejar de alquilar nuestro futuro por migajas. Devolverle filo a la imaginación, que hoy es el recurso más saqueado del planeta. El sistema es experto en vender horizontes falsos: apps para meditar, cursos de liderazgo, emprendimientos “disruptivos”. Pero ningún algoritmo puede controlar el hambre de libertad cuando esta despierta. Y el despertar será brutal.

El capitalismo no solo controla lo que hacemos: controla lo que soñamos. La libertad de opciones es teatro: el menú está prediseñado. Los actores financieros y geopolíticos gobiernan desde las sombras, decidiendo precios, recursos y narrativas. Nos seducen con el mito del éxito mientras nos arrebatan la esperanza. Creer que somos libres es la prisión más perfecta. La emancipación no comienza en la protesta ni en la urna: comienza en el deseo. Imaginar distinto para vivir distinto. Romper el guion. Encender la chispa. 

El futuro es hoy, y la libertad nos ha sido arrancada. Si de verdad queremos ser libres y recuperar lo que nos pertenece, el despertar es ahora, es hoy.

Continuará…