Gen Z: desencanto y protesta

Publicado el 07/10/2025

Ante un sistema político que ya no representa ni inspira, los jóvenes se sacuden del miedo y salen a las calles sin líderes ni partidos, pero con una convicción: recuperar el sentido de la democracia  ejerciendo su derecho a protestar. 

Los motivos para movilizarse –por cuarta semana consecutiva– se han ido sumando: un sistema de pensiones que les dé libertad para manejar su dinero, el avance del crimen organizado y las exptorsiones, el rechazo a una ley de amnistía que consideran un retroceso en materia de derechos humanos, contra la inacción del gobierno y la corrupción que la sienten generalizada.

Lo hacen sin líderes visibles ni partidos que los respalden. Llevan banderas inspiradas en el universo del anime —una calavera con huesos cruzados y un casco de explorador—, símbolo de resistencia que ya apareció en otras latitudes, como Nepal, frente a gobiernos percibidos como autoritarios. 

En el fondo, lo que se expresa de manera simbólica es algo más profundo: una generación que no se siente representada por nadie. Y que al mismo tiempo muestra un desencanto ante el futuro incierto.

La Generación Z —nacida entre finales de los noventa y mediados de los 2000— ha crecido en medio de la fragmentación institucional, la crisis de legitimidad de los partidos y la permanente decepción hacia la clase política. 

Son más conocidos desde el punto de vista económico que político. Se informan en redes, conectan con valores más que con ideologías: la justicia, la transparencia, la libertad, el respeto por la diversidad y el medio ambiente. 

Esa energía, sin embargo, no encuentra un cauce institucional.

Las movilizaciones de estos jóvenes son también un reflejo de la complicidad que perciben entre el Ejecutivo y el Congreso, convertidos en un bloque de poder que se blinda frente a la fiscalización y posterga las reformas más urgentes.

Pero no sería preciso explicar estas movilizaciones solo como una reacción frente al poder de turno. Los partidos políticos también han fracasado en conectar con las nuevas generaciones. 

La política sigue hablándole a un país que casi ha desaparecido: un país analógico, jerárquico, de discursos anodinos y clientelismo, mientras la Generación Z se comunica en tiempo real, en red, y exige coherencia más que retórica.

Que los jóvenes estén en las calles implica que los canales de diálogo y representación se han fracturado o no existen. 

Detrás de cada marcha parece haber una advertencia: si las instituciones no se renuevan, la democracia se vacía de sentido. La calle se convierte, entonces, en el único espacio de expresión posible. Y entre bombardas y gases lacrimógenos, no nos podemos entender.

Una forma de encauzar esa energía es la aparición de un liderazgo. Alguien que no necesariamente pertenezca a la misma generación, pero que los entienda y comparta sus códigos. Que les hable en su propio idioma. Y que la discusión pase de la protesta a la propuesta.La respuesta del Estado a las protestas juveniles puede encender o amortiguar la hoguera. ¿Crecerán las marchas o se diluirán? Difícil saberlo. Lo único cierto es que, de cómo se definan estas movilizaciones de la Generación Z, su respuesta la veremos todos en las urnas.