Fabricio Valencia, el viajero de Dina
Publicado el 25/08/2025
Cuando Fabricio Valencia Gibaja asumió el Ministerio de Cultura en setiembre de 2024, muchos creyeron que aportaría algo al sector cultural, pero todos nos equivocamos. Hasta la propia Dina Boluarte. La gestión de Valencia ha estado marcada por la improvisación, la opacidad y un sospechoso afán por acumular millas aéreas en lugar de resultados tangibles para el sector.
En solo tres meses ha viajado a Argentina, Francia y ahora partirá a Corea del Sur. Tres destinos, tres giras que en el papel aparecían como oportunidades de cooperación cultural, pero que en la práctica esto solo es turismo puro y duro. Fachada armada con itinerarios protocolares y fotografías diplomáticas que no producen ningún impacto positivo para el Perú. ¿Qué beneficio concreto han traído estos viajes al país? Ninguno. Las comunidades artísticas siguen sin apoyo, los museos con presupuestos raquíticos y el patrimonio en abandono. La sensación es que el ministro es solo una marioneta que utiliza el Mincul como una agencia de turismo.
A la frivolidad viajera se suman decisiones que rozan la irresponsabilidad. El caso de Shirley Hopkins investigado por la fiscalía es paradigmático: contratos otorgados en circunstancias poco transparentes, luego anulados tras el escándalo. Una gestión que se contradice a sí misma y que revela un manejo clientelista del ministerio. Pero hay una foto que dará un giro a la historia del caso Hopkins.
Pero lo más grave ha sido la reducción del perímetro de las Líneas de Nasca, un caso que esta en manos del Ministerio Público. Bajo su gestión se intentó recortar el área intangible de uno de los patrimonios más valiosos del Perú, disminuyéndola en más del 40%. Una medida incomprensible, revertida solo después de la indignación pública y la presión de especialistas. El daño político, sin embargo, ya estaba hecho: el ministro mostró que su prioridad no es la defensa del patrimonio, sino facilitar intereses digitados desde Palacio de Gobierno.
Valencia Gibaja no ha logrado articular una política cultural clara ni enfrentar los problemas estructurales del sector. Su balance es negativo: más cuestionamientos que logros, más viajes que resultados. Mientras tanto, el país espera un ministro que entienda que la cultura no se administra con improvisación ni con turismo oficial, sino con seriedad, transparencia y compromiso real con el patrimonio. Mientras todo eso ocurre, un nuevo festival de contrataciones ha comenzado.