Exigencias del real análisis político ante una desgracia llamada el electorado peruano frente a un renovado encomio de la estulticia
Publicado el 05/10/2025
El análisis político real como una disciplina que sirva a la ciudadanía y no grupos de interés o a lobbies incipientes, todos ellos, enemigos de la nación, no pasa por calibrar las posibilidades de cada partido y si la gente va a apoyar a determinados candidatos (lo que, pese a todo, tiene una cierta importancia, sobre todo, en un clima de solvencia socio- política y económica, algo muy distante de la realidad peruana en este momento).
Entonces, acomodarse y obtener un espacio de poder ya sea en medios periodísticos, sociales, económicos o gubernamentales, pasa a un lugar muy su alterno ante la exigencia del deber ser del pensamiento político en una realidad como la nuestra y que no es otra cosa sino entender, desemascarar y prucurar que se superen las inmensas taras del electorado así como su tendencia al maximalismo acrítico y a ver en la cuestión política una suerte de escenario paralelo al mundo de las apuestas o la devoción fanática de los hinchas de equipos deportivos, todo lo que lleva a ver en sus ídolos solo lo que quieren ver, así como se niegan a ver, en sus enemigos, todo lo que de aceptar les haría perder el móvil central de su acción que es la antipolítica o la doctrina de lo «anti», lo que, en consiguientemente, les lleva a extremos tales como justificar no solo excesos, sino, también todo tipo de crímenes y delitos producidos por gente a la que apoyan y solo porque los han realizado contra gente que creen que es de lo peor.
Por ello, esta circunstancia referente a la condición de lo que es ser «de lo peor» en la escena política es algo que se debe enfrentar, pues no existe el mal menor ni es posible que el candidato, que muchas veces se apoya solo por oposición, acabe transformándose en bueno porque su antagonista sea la inmundicia pura.
El mal es el mal y el mal tiene que ser combatido aunque sea de una forma simbólica y, por ello, el objetivo supremo del real análisis político ante la proximidad de las elecciones de 2026 es, reitero, desenmascarar, acreditar, evidenciar y demostrar la absoluta incapacidad de los candidatos y si hubiera uno que contara con las condiciones para ser un estadista de primer orden sería meritorio que eso se haga saber a la población, pero no se puede insistir, una vez más, en esta falsa dicotomía del mal menor y todo lo demás porque hacer un cálculo oportunista y ponderar a una candidatura sobre otra es hacer un juego malsano en contra de la población y atentar en contra del bienestar de la sociedad, por lo que acreditar la inmunda nulidad personal, programática, partidaria, existencial y filosófica de cada uno de los participantes en las próximas elecciones.
Solo así podrá evitarse que se regenere gente que jamás debió ejercer el gobierno, ni, mucho menos, asumir dos veces la investidura presidencial y hasta tres (previo golpe de Estado, como hicieron Leguía y Fujimori), vuelvan a ser considerados como presidentes ideales o mejores que el resto de la escena de cada momento, tal cual fueron los casos de Piérola, quien directamente vivió bajo su propio oprobio no solo en el desastre de la conducción del país durante la Guerra del Pacífico y después, y, desde luego, García, aun cuando su segundo gobierno tuvo méritos incuestionables (pero, hasta Fujimori tuvo uno que otro mérito en medio del saqueo generalizado y el antipatriotismo en ristre que propugnó en todo momento, cuyo epílogo fue, y nunca hay que cansarse de enrostrarle este episodio a sus «defensores», su candidatura al senado japonés).
Esto último nos debe hacer pensar en la fácilmente manipulable que es la ciudadanía y lo débil que es el periodismo en tanto que García hizo fama en lo de ser un gran orador y, sin embargo, Popy Olivera lo silenció fulminantemente cuando se cruzaron en el debate de candidatos de 2016, ocasión propicia para evidenciar la calidad concreta del orador, pues es sencillo lanzar un discurso ante una muchedumbre previamente encausada y a favor de uno, que enfrentar a otro en la lid forense o cívica como en la antigua Roma, máxime si el otro odia a uno y habla con la verdad, pues, como se sabe, el peso de la verdad excede al orden de la física y nada puede contenerla una vez que se hace evidente. Dicho sea de paso, Haya de la Torre escribió en alguna parte que «ora el que dice la verdad» y ese debe ser el mayor propósito del orador y no solo hacer figuras manipulatorias (aunque eso tenga cierto encanto ineludible a todo hacedor de palabras).
En todo caso, que un personaje errático y no de segunda, sino de quinta categoría, como Vizcarra encabece la tendencia electoral de la mayoría, luego del desastre de su mandato presidencial y los modos en los que llegó al poder y desde que nicho partidario, nada menos que las filas de PPK, enemigo pleno del Perú desde más de medio siglo antes de su arribo a la presidencia, y que si no estuviera inhabilitado fuera el candidato con más posibilidades de acceder a la presidencia en 2026, solo demuestra que el pueblo se ciega con sus propias manos o que está tan absolutamente reñido con la gloria y la grandeza que merece, únicamente, el desprecio correspondiente a sus pésimas decisiones y el desorden perenne de sus afectos miserables.
Es importante que estas críticas duras ya no solo se embatan contra la oferta de candidatos paupérrimos en todo lo que acaezca al arte de gobernar y en todos los ordenes concebibles, sino que se orienten en contra del electorado pues es innoble que la gente persista en caprichos o en su ignorancia, ya que si el Fujimorismo es, sin dudas, despreciable, los supuestos antagonistas del reflujo naranja son, por lo menos iguales.
En este sentido, se ha hecho de Vizcarra el adalid del antifujimorismo por los hechos del 30 de septiembre de 2019, manifiesto golpe de Estado efectuado en contubernio con quien fuera su primer ministro, del Solar, a quien ciertos grupos ridículos ven como una suerte de «esperanza blanca», sin que importe todos los hechos que se le puede imputar, en tanto que a Castillo, quien es despreciable por otro motivos, enfrenta un juicio por delitos que suman 34 años de pena privativa de la libertad, pese a que todo análisis jurídico que sea riguroso debe concluir en que dicho proceso jamás ha debido pasar de la etapa intermedia debido a las falencias de la acusación, y todo ello por una serie de idas y mecidas que no coinciden con la realidad, sino solo con manipulaciones y tergiversaciones de aquellos que viven empecinados solo en mantener a la gente en condición de inexorable estulticia para lucrar con el erario público.
Vistas así las cosas, por otro lado, volviendo al esquema emocional del electorado, no dan para tanto sus odios y preferencias, pues debe haber desprecio en su medida justa para todos, sin sobredimensionar a nadie, pero todo ello será motivo de otros textos futuros.