El rugido de la esperanza
Publicado el 23/05/2025
El Papa León XIV no ha comenzado su pontificado con discursos vacíos ni ceremonias pomposas, sino con una catequesis radicalmente evangélica. Una catequesis que retoma con fuerza la parábola del Sembrador (cf. Mt 13,1-23), no para repetir lo ya sabido, sino para lanzar un mensaje claro al mundo: el Evangelio de Cristo es semilla que se entrega incluso al terreno pedregoso, sucio y nauseabundo, no por ingenuidad, sino por la convicción de que solo así puede transformarlo desde dentro. Esta es la esperanza verdadera: la que nace del don y de la iniciativa de Dios, no de las condiciones del terreno.

El Perú de 2025 no es terreno fértil. Es un país centralizado hasta la médula, concentrado en Lima, donde una burocracia parásita impide el desarrollo de las regiones. La corrupción es estructural, el sicariato y las extorsiones son el pan de cada día, y el crimen organizado –nacional e internacional– ha tomado el control de amplias zonas. ¿Y qué hace el sistema? Nada. Porque está diseñado para eso: para oprimir, esclavizar y asfixiar a los trabajadores, a los obreros, a los emprendedores. Estructuras de pecado, las llamaba Juan Pablo II.
Cristo no espera condiciones. Viene, se entrega, muere y resucita. Y su Evangelio no es perfume para salones diplomáticos, es dinamita para romper estructuras (cf. Lc 4,18-19). Como dice San Agustín: «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti», porque requiere corazones abiertos, pero sobre todo almas dispuestas a luchar. Y esa lucha comienza por denunciar la mentira de un sistema económico que llama «progreso» a la esclavitud disfrazada de emprendimiento y «libertad» a la impunidad del poderoso.

La primera gira papal de León XIV no es casual: Uruguay, Argentina y Perú. No son destinos turísticos, sino trincheras del Evangelio. Lugares donde el sistema ha fracasado. Al elegir venir al Perú, León XIV no solo vuelve a su casa misionera, vuelve al lugar donde conoció la podredumbre de este modelo. Desde Chiclayo conoció el hedor del clientelismo, del abandono estatal, de la violencia cotidiana. Y desde ahí plantea una esperanza nueva: una Iglesia con rostro pobre y fuerte, libre del poder corrupto.

Este es el rugido de la esperanza: no un susurro diplomático, sino un grito profético. El Papa no viene a hacer turismo espiritual, viene a recordarnos que «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). El Perú necesita morir a su centralismo, a su corrupción, a su sistema de muerte. Y solo podrá hacerlo si se deja interpelar por ese Sembrador que no le teme al barro. Porque, como dice Isaías, «así será mi palabra: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo» (Is 55,11). Es hora de abrir el corazón, de luchar con fe y con coraje. Cristo no vendrá en drones. Ya está entre nosotros.
Notas
1. Cf. Mateo 13,1-23 – Parábola del sembrador.
2. Cf. Isaías 55,11 – La palabra de Dios no vuelve vacía.
3. Cf. Lucas 4,18-19 – Jesús proclama la liberación.