El riesgo no crea valor 

Publicado el 09/11/2025

En un casino eres un punto. Un fantasma de paso. Un acreedor invisible. Ahí apenas existirás. En un casino puedes ser el punto que quieras ser. 

En el baccarat enfrentarás a la banca. Es el juego de cartas más rápido del planeta. Puedes ganar miles de dólares, o perderlos, en una sola apuesta. Con una media de sólo 1% de ventaja para el casino, el príncipe de los juegos de cartas puede cambiar tu vida en un instante. Las reglas son simples. El croupier reparte cuatro cartas: dos al punto y dos a la banca. La mano más alta, gana. Las cartas del uno al nueve suman su número nominal. Los dieces y las figuras suman cero. El puntaje más alto es nueve. Las decenas se eliminan de las sumas. Dependiendo de las dos primeras cartas el croupier sacará una tercera carta. No se reparten jamás más de tres cartas ni al punto ni a la banca. 

Después del capital variable, constante, bursátil, financiero, crediticio, bancario, etc; el capital de un casino es la máxima culminación de la fetichización. Ahí radica su belleza. El baccarat es el juego más supersticioso de todos cuanto existen —su origen está en los juegos nocturnos de oscuros salones subterráneos en el lejano oriente—. Se dice que los espíritus de jugadores muertos hacen ganar a los vivos parándose detrás de ellos en el momento en que se decide donde posar las fichas de apuesta. Todas estas leyendas ayudan a fetichizar el esquema. Para los de adentro, el valor que llega a ellos se origina en fantasmas, en probabilidades, en decisiones, en dealers pagadores, en lo que sea. Nadie en una mesa de baccarat atribuye el incremento de su tasa de ganancia —si gana el juego, claro— al trabajo de miles de proletarios explotados. 

Ganes o pierdas, ¿de dónde sale el valor que usa el casino para pagarte a ti o pagarle al que te ganó?  ¿De las cartas? ¿Es el destino? ¿El croupier te dio suerte? Es tan lejano el origen del esquema que produce el valor que ya nadie lo puede ver. A simple vista parece que el jugador produjo el valor al arriesgarse a jugar. Un hombre promedio sólo podrá verlo así y vociferará que en tal juego produce más valor aquel que se arriesgue más, ya que, a más riesgo de perder más, más oportunidad de ganar más habrá. Pero nosotros ya nos encontramos en un nivel superlativo para aceptar como verdaderas las expresiones de gente tan mentalmente disminuida. 

El tema del incremento de la tasa de ganancia del jugador nada tiene que ver con el riesgo ni con el casino. Lo que vemos ahí es sólo el fenómeno. Si no queremos caer en el error, no podemos salirnos ni un solo momento de la teoría del valor marxiana. Si nos salimos de ahí, indefectiblemente, estaremos perdidos y empezaremos a creer cosas tan estúpidas como que el valor ganado vino desde el más allá, o lo trajo el riesgo o la subjetividad de la gente. ¡Cojudezas! Sólo el trabajo humano crea el valor. No existe otra manera de crearlo. En el ejemplo, el valor que gana el apostador es creado por el trabajo de miles de trabajadores que tuvieron que gastar miles de horas de trabajo vivo para obtener el resultado que dará el trabajo objetivado final en el paño de apuestas. 

Los carpinteros que hicieron la mesa, los costureros que diseñaron el paño, los algodoneros que extrajeron la materia prima con la que se hizo, los fabricantes de alfombras, los mineros que sacaron los minerales con los que se hicieron las fichas, los albañiles que construyeron el edificio, el proveedor que instaló el papel sanitario en los baños del recinto, los obreros de los yacimientos petrolíferos que procesaron el petróleo que se usó como combustible para los vehículos que transportaron todo lo que hay en el casino; es decir, podríamos llenar millones de hojas de papel nombrando a todos los trabajadores que gastaron su tiempo de vida en la tierra para que sucede el fenómeno de ver ganar a un tipo en las mesas de apuestas. El fetichizado sólo ve la chispa final, el desfetichizado ve el cable, la corriente alterna, la continua y hasta el generador. El fetichizado es sólo un hombre que ve la manera de poder sobrevivir como una hoja más flotando en una tormenta capitalista que se desata todos los días en todas las ciudades del mundo. El desfetichizado es un dios que ve a todos los hombres, ve toda la tormenta y lo ve todo. 

¿Es, entonces, el riesgo el que crea el valor? Veamos el ejemplo. Apuestas $100 dólares al punto y gana la banca. Perdiste. Pero, te arriesgaste. Si el riesgo crea valor, entonces, tendrías que cobrar ese valor que creó el que te arriesgaras. Nadie te va a pagar nada. Pero, veamos el caso contrario: apuestas $100 dólares al punto y ganas. El casino te paga $200 dólares. Pero, igual te arriesgaste. ¿Quién te paga ese riesgo? Alguien podría decir que ya te lo pagaron y no es correcto porque te pagaron $200 dólares; es decir, $100 de ganancia por ganar el juego, no por arriesgarte. Ganes o pierdas, si el riesgo creara valor, te tendrían que pagar ese valor objetivado porque, supuestamente, es el riesgo el que crea el valor, no el jugar el juego o ganarlo. El riesgo no paga nada porque no crea nada. Lo que está creando el valor en el casino y en el capital bursátil es el trabajo vivo. 

El mismo esquema del baccarat se aplica para todo el sistema capitalista. Se invierte un dinero para ganar dependiendo de las probabilidades. Pero, en el capital bursátil es más fácil. Ahí las probabilidades cambian constantemente y hay que saber cuando y donde apostar. ¡Como en el casino! Así el capitalismo es un sistema que enfrenta al hombre contra el hombre. En la bolsa de valores, cuando se vislumbra que las acciones tienen probabilidades de despreciarse hay que deshacerse de ellas cuanto antes. Hay que venderlas mientras se pueda a otro gil que quiera comprar. ¡Con toda la mala fe del caso, claro! Tienes que vender lo que tú mismo no comprarías ni loco. ¡Por algo lo estás vendiendo! Tienes que estafar a tus amigos, a tus familiares, a quien sea o perderás el capital. Lo único que importa en el capitalismo es valorizar el valor, jamás desvalorizarlo. Y por eso vendes, porque el precio tiende a bajar y más vale que baje estando en manos de otro que no seas tú. Es el sentido de la vida del capitalista: ‘que se joda cualquier otra persona del planeta que no sea yo’ —humillar a todas las demás personas del mundo que no sean yo mismo—. Pero, no te preocupes: todos los días sale un lornita a la calle, el que logra agarralo se apropia de él. 

¿Por qué, entonces, creemos comúnmente que es el riesgo lo que crea el valor? Porque el establishment tiene que sostener ese criterio para justificarse. ¿Qué justifica? La permanencia del orden social basado en la propiedad privada de los medios de producción. Así puede sostener que para que ese valor que llega al apostador sea posible tiene que existir la propiedad privada del casino. Cuando, en realidad, es absolutamente prescindible. Pero, ¿qué pasaría si prescindimos de la propiedad privada? Entonces tendríamos que no habría intermediario y el jugador sabría que el valor objetivado que está ganando cuando le dan el dinero se debe al trabajo vivo de millones de trabajadores. Así, entonces, el juego podría realizarse pero, ya sin propiedad privada, las ganancias irían directamente a las manos de los trabajadores que crearon las posibilidades materiales de existencia de ese escenario.