El gran truco 

Publicado el 31/08/2025

-Tres grandes hombres sentados en una habitación: un rey, un sacerdote y un hombre rico.-, dice Varys, el Amo de los Susurros, exponiendo así su acertijo frente al pequeño Lannister. -Con ellos en esa celda está un soldado común armado con una espada. Cada uno de ellos le dice al soldado que mate a los otros dos. ¿Quién vive y quién muere?-. Termina así la provocación de Varys que gasta su gran acertijo con un Tyrion ganador que acababa de modificar, como había querido, el pequeño consejo real que dirigía los Siete Reinos. 

A simple vista la respuesta el obvia. Y también Tyrion da esta respuesta. Vive el soldado porque tiene el poder de pasarlos a todos a fuerza por la espada. Pero resulta que la cosa no es tan simple. Si el soldado responde al rey, que en el cuento representa a la autoridad y a la ley, entonces el sacerdote y el hombre rico están muertos. Pero, ¿y si el soldado es un fiel creyente de la fe en los dioses? ¿Acaso no dejaría sus deberes terrenales para obedecer al mandato divino? A fin de cuentas, la verdadera vida que vale la pena ser vivida está en el reino de los cielos y no en esa mugrosa celda. Así las cosas, el monarca y el magnate están muertos. Pero, ¿y si el soldado es un corrompido y sólo busca los placeres de la tierra y carece de fe y se pasa la ley por el ojete? Entonces, obedecerá la orden del millonario y podrá ser comprado por él a cambio de todo el dinero del mundo y así podrá disfrutar de todos los placeres que le ofrece la vida. El poder comprar lo que sea sin remordimientos. 

Entonces, ¿por qué pensamos que las fuerzas armadas responderán siempre a las órdenes de nuestros presidentes? ¿por qué pensamos que la ley siempre se tiene que cumplir sin importar la influencia de otros poderes? Si coexistimos con iglesias de todos los bandos y de todos los colores y aromas y todos somos libres de creer en cualquiera que queramos: ¿por qué pensamos que alguien le daría más importancia a la ley que a su propia fe? Hay tantas contradicciones en los propios textos sagrados que no sería difícil encontrar contradicciones entre las leyes que nos rigen día a día y la vida espiritual y escatológica. Por otro lado, también hay -y en su gran mayoría- hombres dedicados en cuerpo y alma sólo a la búsqueda de riquezas materiales que no dan tregua a su exploración ni por un instante. Esos sólo le rinden cuentas a peces más ricos que ellos mismos y sólo creen en las cuentas bancarias y no existe nada más allá de ello. ¿Por qué un tipo así priorizaría las leyes y el orden social o la fe en los dioses? El problema es exacerbado con el acertijo. 

Entonces, ¿en dónde está el poder? ¿En el orden gubernamental que un colectivo hace para organizarse? ¿en el poder de Dios? ¿o tal vez está en el poder adquisitivo que nos da el oro? ¿o en la fuerza física impuesta por las armas? -El poder está en donde la gente cree que está. Es un truco. Una sombra en la pared. Y hasta un hombre muy pequeño puede generar una gran sombra. -Termina resolviendo Varys ante el enano que asiente y saluda la sabiduría del eunuco. 

En esta metáfora vemos a la fuerza absoluta personificada en el tipo más listo de los Siete Reinos -por lo menos hasta esas temporadas-, él es el león Lannister en el cuerpo de un enano que ni siquiera puede empuñar una espada decentemente. Y en Varys podemos ver al zorro, representando la astucia que se necesita para ganar ese juego de tronos. En la política -tema central de la serie- la fuerza es esencial, sin ella ningún poder se mantiene estable por mucho tiempo. Un rey sin capacidad de imponer su autoridad caerá tarde o temprano para ser destruido por sus rivales. Sin una autoridad fuerte, la sociedad cae en el caos. Pero, cuidado, porque no importa cuán poderoso seas, siempre habrá alguien más poderoso que tú. Esto es porque la fuerza bruta del león no es suficiente para mantenerse en el juego. Si sólo se depende de la violencia, más temprano que tarde surgirán rivales más fuertes o enemigos que conspirarán en contra de ese ejercicio de poder. Ahí donde se ejerza el poder habrá resistencia al poder. El poder y la resistencia son dos caras de una misma moneda. 

Es ahí entonces donde entra el zorro, el símbolo de la astucia, la inteligencia y la capacidad de anticiparse a los movimientos de los otros jugadores del tablero. Karl Marx nos enseñó -con evidencias empíricas- que el poder de un sistema no es sólo militar, sino también económico e ideológico. La astucia del zorro de Wall Street radica en controlar los medios de producción y el discurso a propagar. El hombre de Sils-Maria nos enseñó que la voluntad de poder no se basta con la fuerza física, ya que el poder real es el dominio psicológico y social. 

La manipulación cultural y mediática puede ser más poderosa que cualquier ejército. Aquí se nos presenta una oportunidad interesante para conseguir avanzar en el juego porque resulta que el verdadero líder no debe elegir entre ser un león o un zorro, debe ser ambos. La historia la escriben los que ganan, y los que ganan son los jugadores que saben cuando mostrar las cartas más fuertes y también cuando guardárselas. Pero para saber cuando mostrarlas hace falta saber calcular el timing. Los mejores jugadores de fútbol o de cartas -o de lo que sea- son unos maestros de la temporización y el cálculo. 

El atacar a la que chucha con brutalidad desbordante es una sentencia de muerte; pero, en la otra mano -porque se juega con las dos-, tener la astucia sin poder real es inútil. El liderazgo no es un don divino, sino una respuesta funcional a un entorno de conflicto y competencia. Un líder no surge por destino, sino porque su perfil se adapta -como ya nos enseñó Marx- a las condiciones materiales de su existencia. Sin el hombre de Tréveris sobrevivir en la política es imposible. 

El materialismo histórico marxiano argumenta que las relaciones de dominación surgen de quien posee y controla los medios de producción y distribución de bienes. El zorro de este cuento es el lobo que aprendió a usar la piel del cordero cuando era necesario, entendiendo que el poder no es un derecho divino ni moral ni lo da el voto popular, sino que es un instrumento que debe ejercerse con planificación y estrategia y hay que ser muy preciso para mover hasta la mínima ficha. 

En el mundo en el que vivimos las peleas más importantes se dan entre corporaciones, gobiernos y grupos de interés en donde los poderosos establecen reglas para asegurar su dominio y evitar que las masas desorganizadas les arrebaten control. Así, la idea maquiavélica y hobbesiana de que el poder debe imponerse para evitar el caos sigue vigente en el desarrollo de la política planetaria y el imperialismo contemporáneo. La política es el campo de batalla preciso para observar la dinámica entre la astucia y la fuerza.