El fútbol peruano está condenado… igual que el país: Agustín Lozano
Publicado el 10/09/2025
El fútbol peruano nunca fue brillante, pero lo que Agustín Lozano ha logrado en los últimos años supera cualquier récord de improvisación y mediocridad; si antes se decía que éramos malos, hoy la única certeza es que con la Federación bajo su mando descubrimos que lo malo siempre puede empeorar, porque Lozano no es un dirigente, es una caricatura de la política criolla, el típico personaje que se cree un estratega, que confunde soberbia con talento y que piensa que manejar la federación es lo mismo que organizar una pollada en Chongoyape, con la diferencia de que en la pollada al menos se come bien y no se sale estafado.
La era de Gareca durante la gestión de nuestro Evo Morales Oviedo fue una ilusión que algún día tenía que acabarse; la liga seguía siendo mediocre y las menores eran un adorno, pero Oviedo trajo al entrenador perfecto para el carácter del futbolista peruano, un señor mayor que hacía de padre y entendía que aquí el biotipo es de toque criollo y no de músculo europeo, y por eso con jugadores de ligas segundonas como la mexicana, la gringa o la árabe se pudo competir contra selecciones con estrellas en Europa; pero todo se derrumbó ese día del 2022 cuando Redmayne, nuestro padre, nos devolvió a la realidad y agarró de giles a una selección que se creía pendejita o “acriollada”, y ahí apareció el burro de Chongoyape, convencido de que en las eliminatorias más fáciles de la historia (ingresan 7 de 10) bastaba con cualquier técnico barato, y así nos condenó a Reynoso y Fossati, dos DT defensivos que pretendieron que un equipo de metro setenta jugara como paraguayos, acumulando récords ridículos de cero disparos al arco y apenas un gol en todo un proceso, confirmando que la ilusión Gareca fue eso, un espejismo en medio del desierto.

Lozano redujo la federación a lo que de verdad le interesa: la caja registradora, por eso convirtió las entradas de la selección en las más caras de Sudamérica, como si de verdad estuviéramos viendo a Francia o Brasil. Sin embargo, el episodio de los derechos televisivos fue la cereza en el pastel podrido; Lozano rompió con GolPerú para firmar con 1190 Sports un contrato multiplataforma que prometía modernidad, streaming y democratización, pero terminó en una tragicomedia de incertidumbre, pérdidas económicas y amenazas mafiosas de descenso contra los clubes que no se alineaban, confirmando que en la federación no tenemos a Florentino Pérez sino a un bruto que genuinamente cree que es un genio. Lozano juega a ser un gran gestor cuando apenas le alcanza para ser cambista de dólares en la avenida Abancay; tan solo pónganse a pensar cómo rayos pretendía que pagáramos una suscripción para ver en una app a una liga tan aburrida y paupérrima como la peruana.
Y aunque quisiera presumir de gestor, ni siquiera puede hacerlo, porque el fútbol peruano no creció en dinero, ni en infraestructura, ni en divisiones menores. Los resultados saltan a la vista: últimos lugares en la sub-23, sub-20 y una sub-17 que terminó haciendo cero puntos en el Sudamericano. Lo peor es que no debería sorprender a nadie; la liga peruana es la que, de lejos, tiene menos jugadores juveniles en cancha, estando en el último lugar con solo 21 jugadores utilizados en 3,560 minutos, mientras que el penúltimo lugar, Chile, nos supera con 40 juveniles usados en 12,230 minutos; una lágrima, hasta Bolivia y Venezuela nos superan con 55 y 70 juveniles respectivamente.
Sobre Lozano, además, pesan denuncias e investigaciones por corrupción y favoritismo, que en realidad ya ni sorprenden, porque la federación no funciona como una institución deportiva sino como un municipio chicha, donde los cargos se reparten entre compadres y donde los clubes no piensan en exportar talentos para ganar millones a futuro, sino en embolsarse el contrato más inmediato, la tajada del mes, ese cortoplacismo que no solo condena al fútbol sino que refleja al Perú entero.
La verdad incómoda es que el problema no empieza ni termina en Lozano, él es apenas la caricatura más grotesca de un sistema diseñado para ser mediocre, con clubes quebrados, divisiones menores que son academias para sacarle plata a padres ingenuos, sueldos inflados que pagan como estrellas a suplentes de segunda, y un scouting inexistente que explica por qué Ecuador, Uruguay y hasta Venezuela exportan jugadores de nivel internacional, mientras el Perú, cuya mayor “promesa” es Grimaldo, lo vemos perder el tiempo en Letonia.
Y en este punto es inevitable la comparación con la política nacional, porque el fútbol no es más que el espejo más honesto del país; aquí también podríamos hacer reformas serias, invertir en infraestructura y pensar a largo plazo, pero todo termina reducido a pactos con clubes de primera, segunda, Copa Perú y departamentales, igual que la política se reduce a negociar con partidos improvisados, congresistas de alquiler, empresarios y gobernadores regionales corruptos, y como nadie quiere renunciar a sus privilegios, preferimos hundirnos todos juntos en el fango, convencidos de que el mañana se resolverá solo, mientras seguimos aplaudiendo migajas.
Así como Corea del Sur, Singapur o China salieron adelante con disciplina y proyectos autoritarios que transformaron países pobres en potencias, aquí nos resignamos a que el burro de Chongoyape se mantenga como presidente de la FPF hasta el 2030. Básicamente somos un país que convirtió a su fútbol en el retrato más preciso de su política, un círculo vicioso de mediocridad del que, aunque duela aceptarlo, no sabemos salir.