Dialéctica Imperial: Método, dominio y resistencia en la época de la decadencia “occidental”
Publicado el 22/06/2025
Dialéctica Imperial
Método, dominio y resistencia en la época de la decadencia “occidental”
Ricardo Milla Toro
Director de Diario UNO
La configuración geopolítica contemporánea revela una contradicción fundamental que trasciende las categorías convencionales del conflicto interestatal y la lucha de clases. Lo que presenciamos no es meramente una competencia entre potencias, sino la manifestación de un sistema imperial que ha perfeccionado sus métodos de dominación más allá de las formas clásicas de conquista territorial. El caso iraní en su guerra con el ente invasor-colonial de Israel ilustra con particular claridad este fenómeno: “Occidente” (esto es, el imperio anglo-yanqui-sionista) no busca simplemente una victoria específica, sino que ensaya un método de control que aspira a convertirse en modelo universal.
Esta metodología imperial se caracteriza por su naturaleza híbrida, a saber: la integración sistemática de dimensiones que tradicionalmente operaban de forma separada: elementos militares, económicos, informativos, culturales y políticos convergen en operaciones simultáneas y coordinadas. No se trata de diversificación táctica, sino de una forma de guerra que nunca se declara como tal porque opera en el umbral entre «paz» y «guerra».
Por ejemplo, en el caso de las «revoluciones de colores», observamos la coordinación entre: financiamiento de ONG (dimensión económica), operaciones de inteligencia y sabotaje (dimensión militar-clandestina), campañas mediáticas (dimensión informativa), promoción de «valores democráticos» (dimensión cultural-ideológica) y presión diplomática (dimensión política). Estas no son acciones separadas que coinciden temporalmente, sino componentes de una metodología unitaria.
Esta metodología permite mantener la apariencia de legitimidad internacional mientras se ejecutan formas de agresión que, en términos de efectos materiales, equivalen a actos de guerra. La infiltración sustituye a la invasión directa, la erosión interna reemplaza al asedio exterior, y la fabricación del colapso social precede a cualquier intervención militar formal.
El colapso social precede a cualquier intervención militar formal. Se trata de una forma de guerra que no se declara porque no necesita hacerlo: opera como proceso continuo de desgaste que mantiene a las naciones objetivo en estado de crisis perpetua.
La especificidad histórica de este momento radica en que el sistema imperial occidental enfrenta una crisis de legitimidad y efectividad que lo obliga a radicalizar sus métodos. La emergencia de potencias como China y Rusia, junto con la reconfiguración del Sur Global, ha alterado las condiciones materiales sobre las que se sostenía la hegemonía unipolar. Esta transformación no representa simplemente un cambio en la correlación de fuerzas, sino una amenaza existencial al propio fundamento del sistema imperial hegemónico.
La respuesta “occidental” a esta amenaza revela la naturaleza depredadora de su lógica interna. No se trata de competencia entre iguales, sino de la desesperada tentativa de un sistema que percibe su declive histórico y busca preservar su dominación a cualquier costo: ya sea sobre cadáveres de bebés y niños palestinos, ya sea a costa de los impuestos de estadounidenses y europeos. Así, Ucrania funciona como laboratorio de desgaste para Rusia, Taiwán como dispositivo de contención para China, y el continente africano como campo de experimentación para nuevas formas de control neocolonial.
Esta situación plantea una contradicción dialéctica fundamental: mientras el sistema imperial “occidental” (anglo-yanqui-sionista) intensifica sus métodos de control, simultáneamente revela su debilidad estructural. La necesidad de recurrir a la guerra híbrida, la infiltración y la desestabilización constante a sus enemigos imperiales no es signo de fortaleza, sino expresión de la incapacidad para mantener el dominio mediante los mecanismos tradicionales de consenso y coerción. Estamos ante los límites del liberalismo y su inevitable eclosión.
La comprensión materialista de este proceso exige reconocer que la descolonización efectiva no puede lograrse mediante la mera denuncia en conferencias y pronunciamientos en redes sociales o la resistencia pasiva en marchas y manifestaciones que no cambian nada en el mundo real. La transformación del orden internacional requiere la construcción de poder real, capaz de alterar las condiciones materiales que sustentan el sistema imperial: “Salvo el poder, todo es ilusión”. Los BRICS, en su configuración actual, representan una forma embrionaria de esta posibilidad, pero su desarrollo hacia una alternativa efectiva depende de su capacidad para trascender el carácter meramente declarativo y convertirse en instrumento de transformación material. Por ahora el mundo multipolar anda en pañales y sus miembros aún no dan el gran salto adelante.
Por ello, la cuestión palestina, la situación de Taiwán y la confrontación en Ucrania no constituyen conflictos aislados, sino expresiones de una misma contradicción sistémica. Su resolución no puede abordarse desde perspectivas fragmentadas, sino como parte de un proceso integral de reconfiguración del orden mundial ante el colapso inminente de la “civilización occidental”. Esto implica el desarrollo de capacidades de resistencia que operen en todas las dimensiones: política, económica, cultural y, cuando sea necesario, militar. El poder opera en el fusil pero nace en la mente y la mano de quien sostiene el fusil.
El terror “occidental” ante la posibilidad de perder el control global se manifiesta en la escalada constante de sus métodos de intervención. Sin embargo, esta misma escalada genera las condiciones para su propia superación. La universalización de la resistencia anti-imperial, la construcción de alternativas económicas y políticas, y el desarrollo de capacidades defensivas efectivas constituyen los elementos materiales de una transformación que ya no puede ser detenida mediante los métodos tradicionales de control.
La historia no se detiene ante la voluntad de los imperios. La dialéctica de la dominación y la resistencia genera sus propias contradicciones, y estas contradicciones, cuando maduran, producen transformaciones cualitativas que trascienden las intenciones de los actores individuales, confirmando así la triple dialéctica del materialismo político: de clases, Estados e imperios. El momento histórico actual se caracteriza precisamente por la maduración de estas contradicciones sistémicas.
La resistencia efectiva no emerge de la indignación moral como insisten en su idilio fantasioso los izquierdistas liberales (caviares), sino de la comprensión científica de las leyes que gobiernan el desarrollo histórico y de la capacidad para actuar en consecuencia con esa comprensión. El futuro se construye no con declaraciones, sino con la transformación material de las relaciones de poder que estructuran el orden mundial. Por ello, si quieres paz, prepárate para la guerra.
