¿Democracia o feudo familiar? La crisis de los partidos políticos del Perú

Publicado el 02/09/2025

La reciente renuncia del congresista Carlos Anderson al partido Perú Moderno, con su contundente crítica de que los partidos en el país son «básicamente organizaciones familiares», ha puesto el dedo en la llaga de uno de los males más arraigados en el sistema político peruano.

Este fenómeno de «dinastías políticas» es de larga data en el país y está normalizado en los votantes. Los casos de las familias Fujimori y Acuña son los ejemplos más notorios. En el fujimorismo, el liderazgo de Alberto Fujimori fue «heredado» por sus hijos. El partido Fuerza Popular es solo el vehículo para la aspiración presidencial de Keiko. De la misma forma, César Acuña ha consolidado a Alianza para el Progreso (APP) como un feudo familiar, donde sus hermanos y su hijo han ocupado puestos clave, tanto en el Congreso como en gobiernos regionales.

Cuando un partido se articula alrededor de un apellido, se desvanece la posibilidad de una verdadera meritocracia. Los cargos de poder no se otorgan por capacidad o visión política, sino por lazos de sangre o lealtad al líder. Esto fomenta el clientelismo, impidiendo la entrada de nuevas ideas y talentos que podrían revitalizar la política.

Además, esta estructura familiar impide que los partidos desarrollen una institucionalidad sólida. Al no comprometer líderes con nuevas propuestas hace que estas organizaciones terminen arcaicas. Asimismo, al ser meros «vientres de alquiler» para el caudillo, pierden la capacidad de representar una visión de largo plazo para el país. Se vuelven plataformas efímeras, diseñadas para la elección del hijo, el hermano o el compadre.

En un contexto de profunda desconfianza ciudadana hacia la política, este comportamiento de los partidos solo profundiza el abismo entre los representantes y los representados. La crítica de Anderson no es solo una renuncia; es un llamado de atención urgente sobre la necesidad de una reforma política que promueva la institucionalización, la democracia interna y la apertura a nuevas voces. Solo así los partidos dejarán de ser empresas familiares para convertirse en las herramientas fundamentales de una democracia sana y robusta.