Del soborno a la masacre

Publicado el 15/08/2025

Tardó demasiado, pero llegó. La prisión preventiva contra Martín Vizcarra no es persecución: es justicia que se arrastró entre pasillos durante más de una década. Su prontuario empieza en Moquegua, sigue en Palacio y termina en Barbadillo. Y no, no se le puede perdonar nada: ni la corrupción regional, ni la masacre sanitaria del COVID, ni el saqueo encubierto que fue Reactiva Perú.

Vizcarra es el Judas perfecto: vendió al país con sonrisa de “anticorrupción” mientras cocinaba contratos, firmaba licitaciones podridas y blindaba a los grandes grupos económicos. En Moquegua recibió coimas por Lomas de Ilo y el Hospital Regional. En Palacio, administró la pandemia como si fuera un campo de concentración: encierro sin pan, miedo sin plan, oxígeno privatizado.

Más de 200 mil hermanos murieron asfixiados mientras él repartía bonos de migaja para calmar al pueblo, y millones del Estado para salvar a los ricos, con el Banco Central de Reserva como cómplice. Reactiva Perú fue el robo perfecto: créditos blandos a empresas que luego se declararon en quiebra para no devolver nada.

Su prisión preventiva llega tarde. Lo que sigue es condena penal, embargo total y memoria pública de sus crímenes. No hay reconciliación posible: quien traiciona al pueblo en vida y en muerte no merece olvido ni homenaje.