Aborto vs. Pena capital
Publicado el 27/12/2025
Desde la concepción existe un ser humano. No es una creencia ni una opinión religiosa. Es un dato científico verificable. En el instante exacto en que el espermatozoide fecunda al óvulo se forma un nuevo organismo con un código genético propio, irrepetible y distinto del de la madre y del padre. La genética moderna, la biología molecular y la embriología son claras: ese nuevo genoma contiene toda la información necesaria para el desarrollo de un individuo humano completo. No se trata de una parte del cuerpo de la mujer, porque ningún órgano del cuerpo femenino posee un ADN diferente al suyo. Aquí hay otro ser humano, con identidad biológica propia desde el inicio.

Ese código genético no aparece con el paso del tiempo. No surge a las semanas, ni a los meses, ni después del nacimiento. Está presente desde el primer instante. Lo que ocurre con el desarrollo no es que la persona “aparezca”, sino que se despliega lo que ya existe. La filosofía clásica lo explicó con precisión: lo que está en potencia se realiza en acto. Un embrión humano no es un posible ser humano, es un ser humano en desarrollo. No hay un salto ontológico entre el cigoto, el feto, el recién nacido y el adulto. Hay continuidad, identidad y la misma dignidad. Cualquier intento de fijar un momento arbitrario en el que alguien “empieza” a ser persona no es ciencia ni razón, es ideología, y toda arbitrariedad termina justificando la exclusión y la violencia.

Por eso hablar de “interrupción del embarazo” es un eufemismo. El embarazo no es un proceso abstracto que se pueda detener sin consecuencias. Interrumpir el embarazo implica necesariamente terminar con la vida del ser humano que se está gestando. Cambiar el lenguaje no cambia la realidad. La química, la biología y la genética no obedecen consignas políticas ni agendas globalistas. Decir “mi cuerpo, mi decisión” ignora un hecho elemental: dentro del vientre materno hay otro cuerpo, con otro sistema circulatorio, otro ADN y otro desarrollo biológico. La ciencia no avala la idea de que se trate del mismo cuerpo.
Desde la ética más básica, ningún mal puede ser remedio de otro mal. El sufrimiento, la pobreza, la violencia o incluso un crimen previo jamás convierten en justo quitar la vida a un inocente. La historia demuestra que cuando una sociedad acepta que algunos seres humanos pueden ser eliminados por conveniencia, por utilidad o por compasión mal entendida, esa sociedad se deshumaniza. El aborto no es un avance. Es un retroceso moral presentado como progreso.

Aquí es necesario hacer una distinción que muchos omiten de manera deliberada. El aborto no es equiparable a la pena capital. San Agustín, Santo Tomás de Aquino y la tradición moral de la Iglesia, recogida durante siglos y expresada en el Catecismo de la Iglesia Católica, han afirmado siempre que se trata de realidades moralmente distintas. La pena capital, en su formulación clásica, se entendía como un último recurso del orden político para proteger a la comunidad frente a un agresor culpable y probado, cuando no existían otros medios eficaces para salvaguardar el bien común. El aborto, en cambio, elimina deliberadamente a un inocente absoluto, sin culpa, sin defensa y sin capacidad alguna de amenaza contra la sociedad. No hay analogía posible entre castigar a un culpable y dar muerte a quien no ha cometido acto alguno.
Mientras la reflexión sobre la pena capital se sitúa en el ámbito de la justicia penal, la proporcionalidad y la responsabilidad del Estado, el aborto se sitúa directamente en el plano del asesinato de un inocente. Por eso la razón natural, la ética filosófica y la teología moral han sido constantes en un punto innegociable: nunca es lícito matar a un inocente. Confundir ambas cosas no es ignorancia. Es manipulación.
La teología cristiana no hace sino confirmar lo que la razón ya reconoce. Toda vida humana es sagrada porque no es producto, es don. Antes de formarte en el vientre te conocí, afirma el profeta Jeremías, señalando que la dignidad no se adquiere con el tiempo ni con el reconocimiento legal, se posee desde el origen. Jesús nunca justificó la eliminación del débil. Al contrario, se identificó con él. Defender la vida del no nacido no es fanatismo. Es coherencia con una visión integral del ser humano.
Y en el Perú, si algunos quieren imponer el aborto como política pública, que tengan la honestidad democrática de consultarle al pueblo. Que no se decida en oficinas, ONG o foros internacionales lo que afecta al fundamento mismo de la vida social. Yo estoy completamente en contra del aborto porque estoy a favor de la vida, de la ciencia, de la razón y de la dignidad humana. El futuro es hoy, nos lo quieren volver a robar y no lo vamos a permitir.