“Vargas Llosa es uno de mis maestros involuntarios”

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“Vargas Llosa es uno de mis maestros involuntarios”
Escritor de ficciones literarias y cinematográficas, Senel Paz señala que la obra trasciende a la postura política del autor.

Escribió en 1979 “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”, con el que ganó el Premio Juan Rulfo 1990, y su adaptación cinematográfica (“Fresa y chocolate”, 1994), cuyo guión escribió, se convirtió en el único filme cubano nominado al Oscar y ganó un Oso de Plata en la Berlinale.

En ella, dos personajes encarnan al ser antiguo prerrevolucionario y al ser nuevo con la ideología socialista, viviendo en una sociedad que no acepta las diferencias y cuya intolerancia estaba institucionalizada, dice el autor, incluso en el caso de la homosexualidad.

¿Cuál era la intención de Senel Paz al escribir este cuento? Tan solo contar una historia, dice, porque no trabaja para tratar una problemática, sino para contar una historia con personajes, que es como hablar de la vida y las personas.

“Estos personajes tienen un momento especial y son depositarios de las tensiones, los problemas, de acuerdo a sus características. El personaje homosexual ama La Habana, su país, y el alma de su país y quiere trabajar en el lugar donde ha nacido, y el otro personaje es esencialmente honesto y a la vez depositario de prejuicios que hay en la sociedad cubana y algunos de ellos exaltados por dogmas del socialismo”, señala Paz sobre la Cuba revolucionaria de los años 70 y 80, y este cuento refleja conceptos que están en la sociedad que se han puesto viejos y que la sociedad no ha logrado liberarse de ellos y que provocan sufrimiento, refiere.

—Si hablamos de la Cuba de esos tiempos, ¿qué conceptos han quedado obsoletos para usted?
—En realidad, este cuento no trata sobre la homosexualidad, sino sobre las diferencias y variedad de ideas, criterios, actitudes del ser humano; acerca de la intolerancia de una institución. Si bien la relación de la sociedad en el mundo con la homosexualidad estaba así como en un estado primario de rechazo, de incomprensión, en Cuba, que es un país con cierta naturaleza quizás más permisiva, esos prejuicios estaban institucionalizados, formaban parte del cuerpo legal, no solo del prejuicio social, y ese es el cuestionamiento que el cuento hace a las autoridades y a una visión estatal de gobierno que está desfasada con el sentimiento y avance de la propia población y eso se llevó con la película a la discusión social. De alguna manera, el ideal y paradigma del hombre que era aceptado por el socialismo era un ateo, marxista y heterosexual, lo cual es una manera de ponerse de espaldas a la inmensa, infinita variedad del comportamiento humano. Aceptar la variedad, las diferencias de actitudes del ser humano, es un aprendizaje eterno que tiene la humanidad y que en los últimos años ha avanzado mucho. Esos prejuicios, esa intolerancia nace de una pobreza de conceptos, y creo que la humanidad se ha ido librando poco a poco de ellos.

— “Fresa y chocolate” es la única película cubana nominada a un Oscar.
—Sí, hasta ahora es la única. Ganó el Oso de Plata en la Berlinale y muchos otros premios internacionales y fue distribuida universalmente. Se vio en Japón, Suecia, toda América latina, casi toda Europa, Estados Unidos. Es raro que una película cubana sea estrenada, y comercialmente, en los Estados Unidos, lo cual me parece extraordinario.

—¿Qué tiene que agradecer a Cuba y qué criticar de ella?
—Tengo que agradecerle a Cuba haber nacido ahí, el ser cubano, y no tengo nada que criticarle. A quien tengo que criticarle es a mí, me gustaría haber aportado más por mi país.

Gabo, el cine y la literatura

—Ha venido a hablar de García Márquez y su relación con el cine y la literatura.
—Participé en un homenaje de la Fil Lima a Gabriel García Márquez, con varios exponentes, y la parte inicial fue mi relato acerca de la relación de él con el cine en general y con la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, que fue un proyecto producto de su imaginación que armó inicialmente con Fidel Castro y que se mantuvo apoyando todos los años. Le preocupó, en la formación del cineasta, la parte del guión cinematográfico. Tuve la suerte de acompañarlo en varias etapas de esa experiencia, incluyendo el último taller con él, y eso me permitió sentir su clase, su manera de ver las cosas, su pasión por el cine y la enseñanza. También fui testigo de su relación con Cuba, su afecto, amor y permanente amistad con Cuba y muchos cubanos. Creo que Cuba y el cine estuvieron entre las numerosas pasiones de Gabriel García Márquez.

—¿Cómo era?
—El taller se llamaba “Cómo escribir un cuento” y se daba todos los años. Comenzó en el año 87 y se dio hasta hace 3 años. García Márquez tenía una bondad enorme al poner a disposición de los talleristas sus conocimientos con absoluta transparencia. Era un maestro accesible. En el caso de su relación con Cuba, me consta cómo él no se conformó con visitar el país y tener relación con las grandes figuras y dirigentes, sino que siempre buscó una manera de tener un conocimiento de la sociedad de todas las capas de la sociedad. Y eso se daba en el plano cultural, político, humano, del lenguaje y la música…

Vargas Llosa y la política

—Hay un personaje en el cuento que ve un libro de Vargas Llosa, “La guerra del fin del mundo”, dice “¡Mira ahí!, Vargas Llosa, es un reaccionario total, habla pestes de Cuba a donde quiera que vaya, y sin embargo tengo ganas de leerlo”.
—Sí, en ese comentario político de Vargas Llosa, hablo del personaje y el conflicto de la Revolución Cubana con los intelectuales del mundo. Cuba recibió gran apoyo de los intelectuales y a partir de los años 70, de determinados momentos de censura, los escritores se alejan de la Revolución y adoptan una función crítica, y David en un instante entiende que a un autor reaccionario no debería leerlo, pero su vocación literaria y su sentimiento de lo que es la realidad le hace sobrepasar el prejuicio político y hacer un distingo entre autor y obra y entre política y literatura. Yo siempre he sido un gran lector de Vargas Llosa, es uno de mis autores preferidos y uno de mis maestros involuntarios.

—¿Y políticamente?
—Ni lo sigo ni lo enjuicio. Mi relación con él es la literatura.

—¿Sería reaccionario no hacerle caso a la buena literatura, independientemente de la postura política?
—Yo pienso que son cosas diferentes. Quien lee a Homero y Shakespeare realmente no sabe qué actitudes políticas tenían. La obra de Mario Vargas Llosa es muy humanista, muy revolucionaria. Tú no estás leyendo a la persona, estás leyendo la obra literaria. El arte tiene eso: trasciende al propio autor.

Marco Fernández
Editor cultura

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