Editorial
Un poco de sentido común
Los nuevos focos de contagio del Covid-19 han saltado de los mercados de abastos a los paraderos del transporte público, pero el Gobierno al parecer no da una en el clavo, si del servicio urbano de pasajeros se trata. Ocurre que ni bien empezó la llamada Fase 3 de la reactivación económica volvimos a ver aglomeración de personas en las estaciones del Metropolitano y hasta en todas las esquinas donde las combis y todos los buses informales se detienen a recoger pasajeros; es decir, hemos vuelto a la normalidad.
¿Es acaso que todos los expertos, cómodamente instalados alrededor de una amplia mesa de trabajo, no pudieron prever lo que iba a ocurrir ni bien se reinicie la mayor parte de las actividades económicas? Vivimos en un país donde más del 70% de los puestos de trabajo son informales y, por supuestos, que el transporte público no es ajeno a esa realidad. No era muy difícil, entonces, saber que para que los pasajeros no vayan apiñados, como es costumbre en el Perú, en los buses se requeriría o bien más unidades o disponer de horarios escalonados.
Representantes de la OMS han advertido que esta situación va en contra de la disposición de mantener la distancia social. Para solucionarlo, básicamente, hacen tres recomendaciones: aumentar el número de unidades, con mayor frecuencia, menos gente y flexibilizar los horarios de trabajo. Si bien es cierto que esto último dependería más de las empresas y del tipo de labor que realicen, también es verdad que el Gobierno podría disponer horarios escalonados para las diferentes actividades económicas y hasta educativas. No es novedad porque ya se ha hecho hace muchos años con buenos resultados.
No tiene sentido que trabajadores y estudiantes pugnen por subir a las unidades del transporte público. Hay que recordar que antes los escolares eran dejados en los paraderos simplemente porque a los choferes no se les daba la gana de parar porque los niños no pagaban pasaje completo. Todo eso quedó resuelto con el escalonamiento de horarios, con mayor razón debería implementarse ahora por el tema de la pandemia del Covid-19. Todo es cuestión de tener un poco de sentido común, lo cual es algo que cada día se ve menos en nuestro país.
Editorial
Vacunagate II: Todo sobre mi madre

Anteayer el conductor televisivo de Willax Phillip Butters mostró en pantalla un mensaje del periodista Jorge Alania Vera, director general de Comunicaciones del Ministerio de Salud, en el que le ofrecía gestionar la vacuna contra el COVID-19 para su madre.
Butters, por supuesto, rechazó de plano el ofrecimiento. Su perfil de crítico incomodo se hubiese desmoronado en un instante si aceptaba la gollería, por más que fuese a beneficiar a su madre, exenfermera del Hospital Loayza de 83 años. Nadie hubiese creído que ella era elegida como emblema del programa de vacunación a los adultos mayores, por obra de la casualidad.
Pero este es el lado anecdótico de la noticia. Del hecho fallido se derivan tres grandes interrogantes sobre los criterios de elección de ciudadanos para la vacunación.
Primera. ¿Fue un disparo al aire del funcionario o la oferta a Butters más bien parte de su plan sistemático de acercamiento a los medios? Alania, no es un improvisado (como otros directores generales) y tiene vasta experiencia política. Peor aún, en lugar de aceptar el error ha atribuido el incidente a un malentendido.
Segunda. ¿A cuantos periodistas más se les ha hecho un ofrecimiento similar y cuántos han aceptado la oferta? Cuando todos esperábamos que se ofrezca una clara explicación a la opinión pública de lo realmente ocurrido, el ministerio ha seguido la política general del presidente Sagasti: despido de funcionario y desaparecerlo del escenario, para que no hable más.
Tercera. Alania ha intentado justificar su ofrecimiento informando que, como parte del inicio de la campaña de vacunación de los adultos mayores, el Ministerio tiene planeado vacunar a un grupo de entre 12 a 15 personalidades mayores de 80 años de edad. Faltaría saber, ¿quiénes son y bajo qué condiciones participan ellos de ese programa?
Para Alania, el único culpable del desaguisado es Butters, así haya dejado a su madre sin vacunarse. Para quienes seguimos el curso de las noticias, en cambio, Alania parece ser solo el hilo de una nueva madeja de la corrupción vizcarrista que puede tener su final en los medios de comunicación.
En privado, más de un funcionario defenestrado del Ministerio de Salud por el vacunagate ha soltado varios nombres de conductores televisivos presuntamente ya vacunados.
Por ello, ha hecho muy bien Butters en denunciar el hecho. Y, nada mal haría el ministro Óscar Ugarte en resguardo de su trayectoria íntegra en salir a aclarar si existen más comunicadores o sus madres secretamente beneficiados con la vacuna.
Editorial
Mi abuela terrorista, a mucha honra

Querida abuela:
Disculpa que turbe la paz de tu reposo con estas líneas, pero no me queda otra. Hay una señora que no sabe que mi abuelo, tu esposo, en los años 20 del siglo pasado fue obrero de Backus, donde iba a trabajar con corbata y sarita. Tampoco sabe que en la casa de la calle Pescadería, acera enfrente de Palacio de Gobierno, pusiste un taller de modas al que asistían las señoras de sociedad.
Ahí, entre raso y seda, te diste mañana para tener seis hijos y convertirte en la mejor cocinera de Lima. Tu hija mayor, Zenobia, heredó tus dotes y se convirtió en tu asistenta en el taller hasta que una muerte prematura te la arrebató. Lo mismo pasó con mi tío Pichin. Pero tus otros hijos no te defraudaron, uno se hizo economista, otro contador público y otro ingeniero electrónico. El primero llegó a ser funcionario de la OEA y la OIT, el otro (mi padre) jefe de administración de un ministerio y el tercero instaló la primera antena de televisión del Perú. De ellos nacimos doce nietos, todos profesionales. Mira tú lo que hiciste, solo con tu maniquí francés usado y tus revistas de moda de segunda mano.
Pero ayer te debiste revolver en tu tumba cuando la señora que te cuento dijo que las abuelas que empujaban a sus hijas a profesionalizarse eran «abuelas terroristas». Yo sé que tuviste la suerte de morirte sin saber lo que significaba la palabra terrorista y que nunca llegaste a saber quién era Abimael Guzmán.
Pero la señora en cuestión, una enfermera arequipeña, que postula a la vicepresidencia de la República con el señor Rafael López Aliaga, ha puesto en la picota a una madre como tú que costura a costura, botón a botón y basta a basta, convertiste a los hijos de tu esposo obrero en profesionales de nota que, a su vez, tuvieron hijos profesionales con maestría y estudios en el extranjero, militares de altísima graduación y uno hasta empresario. dueño de caballos de carrera. Casi como los señores que iban a tu taller a recoger a sus esposas.
Pensándolo bien, a punta de aguja y dedal, ayudaste a desmoronar una sociedad cerrada y elitista donde solo existían las personas con apellido compuesto y a formar una clase media contestaria, que en su tiempo le dio voz a quienes no tenían voz en todo el Perú. De verdad fuiste una terrorista, dinamitaste la Lima aristocrática. Y lo peor, no fuiste la única, sino parte de una generación de mujeres que hicieron lo mismo y que lo siguen haciendo hoy día. Por eso, abuela, ni te molestes por lo que dijo la señora arequipeña.
Te quiere, tu nieto
Editorial
¡Ay mamita, llegaron las lluvias!

Ayer los noticieros matinales de televisión nos despertaron con la noticia y las imágenes de nuevas lluvias torrenciales en Tumbes y Piura. Varios distritos se anegaron y en algunos de ellos se cortaron carreteras. La noticia no tendría ninguna novedad si es que no fuera exactamente igual a la de marzo de 2017, cuando el Niño Costero golpeó a toda la costa norte.
Ese año, el fenómeno climático causó 100,000 damnificados, 75 fallecidos, 10,000 viviendas colapsadas y medio millón de afectados. Hasta la zona de desastre llegó un entusiasta Pedro Pablo Kuczynski quien anunció que el gobierno realizaría un inmediato plan de reconstrucción, pero que no sería una reconstrucción cualquiera si no una reconstrucción con cambios. Cuatro años han pasado, también cuatro presidentes han ocupado Palacio de Gobierno, las lluvias han vuelto a llegar, pero en el norte no hay ni reconstrucción ni cambios.
Sobre todo, no se ha hecho ningún trabajo en las cuencas afectadas, cuyos cauces están diseñados para unos cientos de metros cúbicos por segundo pero que en poco tiempo pueden recibir diez veces más de carga, deviniendo en desbordes e inundaciones.
En reconocimiento del fracaso, en el 2020 Martín Vizcarra pareció encontrar la solución perfecta: entregar las obras mayores al convenio de gobierno a gobierno (G2G) con el Reino Unido, como se hizo con los Juegos Panamericanos. La medida debería permitir eludir los paquidérmicos procedimientos de licitación pública de los ministerios y garantizar la máxima transparencia en las adjudicaciones.
Pero acabó el año, con pandemia de por medio, y la ARCC y sus asesores británicos no pudieron sino lanzar dos de los seis concursos para las cuencas afectadas, que han completado recién en el pasado mes de febrero. Es decir, el G2G se ha demorado más que los burócratas nacionales con el agravante que ningún trabajo podrá empezar hasta abril de este año. Con suerte, la reconstrucción acabará el 2022.
El otro problema es que, como en el caso de las vacunas, nadie sabe nada del costo de este proceso. Ni la PCM, ni el Congreso de la República, ni la propia ARCC han publicado monto y beneficiarios de los contratos ni plazos para su culminación (como si se hace en los demás concursos plebeyos). Cuando se ha preguntado los funcionarios han dicho que este es un tema de la consultora británica, y cuando se le ha preguntado a esta, que quien debe responder es el Gran Bonetón. En otras palabras, ni rapidez ni transparencia. Mientras tanto, solo queda mojarnos.
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