Editorial
Rectificaciones esperadas

Casi imperceptiblemente, el gobierno de Transición y Emergencia presidido por Francisco Sagasti acaba de realizar dos importantes giros en materia de salud y economía, anunciados ayer mientras que en Lima corrían todo tipo de rumores sobre la encuesta Ipsos a conocerse hoy.
El giro de política en el sector Salud fue anunciado por el propio Sagasti y consiste en un más eficiente plan de vacunación contra la Covid-19 y en la elaboración de una relación oficial y una secuencia de las personas a ser inmunizadas, como se hace en cualquier país organizado. El nuevo padrón a elaborarse irá de la mano con el arribo al país de un lote importante de vacunas. El presidente espera que, de esta forma, se pueda alcanzar la meta de que todo el personal de primera línea de combate a la pandemia y toda la población de adultos mayores esté vacunada para julio del presente año.
El giro de política en el sector Economía vino contenido en el Decreto de Urgencia nº 035-2021 que «establece medidas extraordinarias en materia económica y financiera para la atención de acciones en el marco de la emergencia sanitaria y para minimizar los efectos económicos derivados de la pandemia». Norma que dispone la agilización del procedimiento de contratación de bienes, servicios y obras, autoriza al gobierno a realizar modificaciones presupuestales con el fin de asignar recursos corrientes y de capital para la prevención y contención de la pandemia y aprueba otras normas financieras pendientes de analizar.
Llama la atención que estos giros de política no hayan venido acompañados de la respectiva autocrítica y se pasen como decisiones rutinarias de gobierno. Desde estas páginas, hemos criticado la extrema lentitud y poca eficiencia del proceso de vacunación, el inexplicable retraso de la llegada de las vacunas, la falta de transparencia del manejo económico y la enervante incapacidad de gestión del gabinete ministerial para impulsar el gasto y la inversión pública. Hasta ayer, el gobierno había sido tercamente retrechero en reconocer explícitamente estos errores, pero con las medidas adoptadas en la práctica ha concedido razón a quienes los señalábamos. Más allá de ello, toda rectificación es bienvenida sobre todo cuando es necesaria. Lo que falta ver es si será suficiente.
Editorial
¿Quién debe cambiar?

En las conversaciones cotidianas de los ciudadanos se han instalado dos grandes afirmaciones: «Por Keiko Fujimori no voto ni muerto» y «Prefiero irme del país antes que votar por Pedro Castillo». Las dos reflejan la polarización de la sociedad respecto a la gran decisión presidencial.
Aunque parezca raro, las dos tienen razón. Evidentemente hay un firme antivoto en contra de Keiko, por su pasado cercano autoritario, casi del mismo tamaño que contra Castillo, por representar el «fantasma del comunismo» y la posibilidad de «conversión del Perú en una nueva Venezuela». En lo que los electores se equivocan es en juzgar a los candidatos con ojos de la primera vuelta, cuando la segunda es una nueva y distinta competencia, en la que no son los electores los que tienen que cambiar su forma de pensar sino los candidatos perfilar y afinar su propuesta para tratar de alinearse con las expectativas del electorado.
O si no, recuérdese la elección de 2011, en la que los mismos actores políticos y comunicadores sociales se lamentaban el tener que elegir entre el fuego o la horca, es decir entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori. En ese momento, Humala abandonó su propuesta máxima lista de la Gran Transformación y optó por la Hoja de Ruta de siete puntos. Los grandes cambios fueron pasados a segundo plano y la oferta de un precio de 12 soles para el balón de gas y de creación de la Beca 18 y la Pensión 65 reformularon la imagen radical del candidato nacionalista, quien convenció a los votantes de su moderación y obtuvo la presidencia.
Evocando esta experiencia reciente podríamos preguntarnos ¿Qué ocurriría si Pedro Castillo anuncia como Primer Ministro a un político serio y respetable, como Ministro de Defensa a un general institucionalista y como ministro de Economía a un catedrático universitario del más alto nivel?, ¿podría alguien tildarlo de destructor de la economía o del Estado?, difícilmente. De igual modo, ¿qué ocurriría si Keiko Fujimori anuncia un cogobierno no con De Soto y López Aliaga sino con los partidos centristas y ofrece llevar en su gabinete a un probado defensor de los derechos humanos?, ¿alguien podría llamarla dictadora?, muy improbable.
Cualquiera de las dos propuestas podría llamarse Gobierno de Acuerdo Nacional.
Editorial
Los epígonos de Vladimiro

Epígono, m. Persona que sigue las huellas de otra, especialmente la que sigue una escuela o un estilo de una generación anterior.
El fin del acto electoral permite llamar la atención sobre un hecho especialmente preocupante para la democracia: el renacimiento de los métodos turbios de influencia de la opinión pública, ocurrido en los tres últimos meses.
Más allá de la distancia moral que se pudiera tener con el exasesor Vladimiro Montesinos, no se puede negar que fue el inventor de nuevas formas de manipulación masiva: hizo llorar imágenes religiosas, orquestó las carátulas de los diarios «chicha», mezcló los personajes de la farándula y del deporte en la política, inventó las encuestas distorsionadas, entre otras «innovaciones» psicosociales de los procesos electorales del fujimorismo.
Estos métodos revivieron las semanas pasadas: una encuestadora que daba su candidato auspiciador como ganador, hasta con 30% de la votación y al que algunos medios despistados concedían audiencia; un bombardeo en redes sociales en las que el candidato auspiciador insultaba a sus rivales, al gobierno y a los medios de comunicación; versiones falsas de encuestas de opinión en los días de restricción de difusión que lo ponían en el tope de las preferencias. El tinglado se empezó a caer en el momento en que el líder indiscutido del montaje no pudo leer el guion que otros le habían preparado. Cuando su precariedad electoral fue inocultable, lanzó la acusación de fraude para justificar que los resultados no coincidieran con las auspiciosas proyecciones autoelaboradas. Hasta el día mismo del sufragio se hizo aparecer ánforas con votos supuestamente ya marcados, para tratar de convencer a los electores que el gobierno tenía sus candidatos favoritos.
Parte de esta campaña malévola fue presentar a Verónika Mendoza como hija de Nicolás Maduro o miembro de la guardia personal de Abimael Guzmán, usando fotos burdamente trucadas. Pero, se les fue la mano. La demolición de Verónika dejó libre el camino a un desconocido profesor-rondero de Tacabamba, que se alzó con el voto de protesta. Hoy ya han empezado a «terruquearlo».
El drama de los creadores de escuelas, y Vladimiro lo fue de la de manipulación electoral, es que no necesariamente sus epígonos aplican bien sus enseñanzas.
Editorial
Hablaron las urnas

En las democracias, por subdesarrolladas que estas sean, el mandato inapelable es el de las elecciones. Y ayer los peruanos han enviado tres claros mensajes en las urnas que toca analizar a los actores y analistas políticos, comunicacionales y académicos.
Los primeros resultados revelan la primacía de un outsider radical que tiene casi seguro su pase a la segunda vuelta. Este hecho responde a una mala lectura general de los partidos sobre la situación del país. El electorado quería recambio de caras y de propuestas, menos floro y más compromiso práctico. Así, mientras que un candidato se llenaba la boca atribuyéndose ser casi el inventor de las rondas campesinas ayacuchanas en la lucha contra SL, las rondas campesinas reales, las de hoy, y el magisterio provinciano, juntos, han conquistado la primera posición superando a todas las fuerzas capitalinas, incluida la candidata de la izquierda institucional. Un verdadero caso de «desborde popular» comentaría, de estar vivo, José Matos Mar.
Pero esos resultados también han definido que ningún partido político tiene mayoría. Mal haría quien ha obtenido la primera mayoría en creerse el partido ganador, porque en realidad, con 16% del voto válido, tiene potencialmente el 84% de oposición en el electorado y en el Congreso. Este es un claro llamado a la necesidad de apertura y concertación, como lo hemos venido advirtiendo.
Finalmente, el resultado ha decantado tres grupos. Seis partidos principales: Perú Libre, Fuerza Popular, Avanza País, Renovación Nacional, AP y Juntos por el Perú., que dibujan un escenario de empate de fuerzas: 37% los partidos de centro e izquierda y 33% los partidos de derecha. Cuatro partidos concurrentes: Victoria Nacional, Alianza para el Progreso, Podemos Perú y Partido Morado, juntos suman un 20% y, por esta razón, podrían ser decisivos en la segunda vuelta. Ocho partidos descartados: los que, a sentir de los votantes, en los últimos años no han dado la talla para representarlos adecuadamente y que, incluso, perderían su inscripción: Somos Perú, PPC, Partido Nacionalista, UPP, Democracia Directa, Frente Amplio, Perú Patria Segura y RUNA.
De los dos partidos que entrarán en la segunda vuelta, el que lea mejor estos mensajes será, sin duda, el ganador de la presidencia.
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