
No reconocemos al otro como uno de mi misma especie, distinto quizá por los accidentes obvios de talla, peso, color, cualidad, cultura, época y condición de clase, sino que lo reconocemos como una amenaza, como un ser ajeno totalmente a mí y, al mismo tiempo, como lo que atenta a mi confort situacional. El otro ya no, es más, parafraseando la doctrina cristiana, mi prójimo, el próximo a mí, ni siquiera es un yo como yo al que debo reverencia, sacralidad por su dignidad humana, respeto y consideración porque siente y anhela como yo mismo he sabido y de hecho siento y anhelo, aunque nuestros sentires y anhelos sean diversos y diametralmente distintos.
El otro es considerado como algo- ni siquiera como alguien- ajeno totalmente a mí y, por ende, frente a esa amenaza parecería que nuestra propia conciencia, de manera instintiva, activara en nuestro yo psicológico una carga virulenta, desenfrenada y casi autómata de aniquilarlo, desaparecerlo para asegurarse que quede en ceniza. Es como si la presencia de otro ser humano se ha convertido explícitamente en un virus al que debo eliminar y de manera casi neurótica se activa todo el despliegue de mis armas humanas para desintegrarlo.
En “La sociedad del Cansancio” (p.19) Byung-Chul Han afirma que “El sujeto inmunológico, con su interioridad, repele lo otro, lo expulsa, aun cuando se dé solo en proporciones insignificantes”. ¿Qué le ha sucedido entonces al ser humano de hoy para que cualquier ser, en especial un humano, le repela al grado que, al mismo modo que nuestro sistema inmunológico, lo enfrente, lo ataque, lo pulverice y luego se aliste nuevamente para otra guerra frente a cualquier “otredad” que aparezca?
Hay quienes sostienen que esto se debe a la ausencia de Dios, de un código moral, o a la de una religión practicable en nuestra cotidianidad, otros a la avalancha de “actividades” y al poco tiempo de ocio que el sistema nos obliga e impide, y hay de los que piensan que se debe a la “obesidad” de los sistemas del presente, es decir, a los de información, comunicación y producción.
En mi humilde opinión no se trata de la ausencia de Dios en nuestra vida, porque si existe siempre estará ahí, y si no, nunca lo sabremos. Creo, por el contrario, que la causa real radica en que el hombre, en su afán de “libertad”, ha intentado liberarse de un amo omnipotente, omnipresente y omnisciente, para sustituirlo, como en cada época, aunque en la actual de manera más trágica, por otro. Este nuevo Dios y amo es el de la “pseudo Información”. Esta le daría una “supuesta certeza”, un “supuesto poder” y una real inmediatez de venganza frente al “otro”.
“Audentes fortuna iuvat”.
Continuará…..