Editorial
La variante peruana

De acuerdo a los científicos, como todo virus agresivo la Covid-19 tiene la capacidad de mutar y desarrollar variantes, como la brasileña, que eluden la protección de las defensas del cuerpo humano resultando más contagiosas y letales. Pero también existen efectos colaterales del virus en la política, a la que le llamaremos variante peruana y que tiene una sintomatología original.
Confusión temporal. La variante peruana hace que se pierda la noción del tiempo. Por ejemplo, los voceros del gobierno repitieron hasta la saciedad que en marzo dispondríamos de cientos de miles de vacunas, ya estamos abril y no pasa nada. Ahora anuncian que llegarán antes de julio.
Parálisis de la acción. La lucha contra la Covid-19 debería ser una guerra, es decir movilizar a los peruanos hacia el único objetivo de derrotar la pandemia. Pero, nuestra variante peruana ha paralizado los cerebros de quienes toman las decisiones en el sector Salud. Dicen que van a vacunar a 20 millones de peruanos, pero no hay vacunadores, no hay instalaciones, no hay facilidades de frío, no hay capacitación, ni siquiera hay agujas. El virus no los deja pensar.
Extravío cotidiano. El ministro de Salud, en lugar de comandar el sector y tomar las medidas necesarias, se ha convertido en un comentarista que aparece en televisión para informar cuántos nuevos fallecimientos ha habido el día anterior, cómo si otro tuviese que encargarse de evitarlo. La variante peruana obnubila la conciencia.
Ensimismamiento. La variante peruana también produce la ruptura del contacto con el exterior. Por ello, el país no solicita cooperación internacional ni de la OPS ni de la OMS, no convoca a brigadas médicas de otros países, no suscribe convenios con universidades internacionales de prestigio para el estudio de la pandemia y ni siquiera coordina con entidades humanitarias nacionales, como Caritas de la iglesia católica, presentes en las zonas de contagio.
Perdida del habla. Finalmente, la variante peruana provoca un síntoma de mudez que afecta al presidente de la República y que ha acabado de abolir las ruedas de prensa en Palacio de Gobierno para que los periodistas no puedan hacerle preguntas que él no puede responder.
Por todo ello, esta variante es mucho más peligrosa que todas las conocidas antes.
Editorial
¿Quién debe cambiar?

En las conversaciones cotidianas de los ciudadanos se han instalado dos grandes afirmaciones: «Por Keiko Fujimori no voto ni muerto» y «Prefiero irme del país antes que votar por Pedro Castillo». Las dos reflejan la polarización de la sociedad respecto a la gran decisión presidencial.
Aunque parezca raro, las dos tienen razón. Evidentemente hay un firme antivoto en contra de Keiko, por su pasado cercano autoritario, casi del mismo tamaño que contra Castillo, por representar el «fantasma del comunismo» y la posibilidad de «conversión del Perú en una nueva Venezuela». En lo que los electores se equivocan es en juzgar a los candidatos con ojos de la primera vuelta, cuando la segunda es una nueva y distinta competencia, en la que no son los electores los que tienen que cambiar su forma de pensar sino los candidatos perfilar y afinar su propuesta para tratar de alinearse con las expectativas del electorado.
O si no, recuérdese la elección de 2011, en la que los mismos actores políticos y comunicadores sociales se lamentaban el tener que elegir entre el fuego o la horca, es decir entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori. En ese momento, Humala abandonó su propuesta máxima lista de la Gran Transformación y optó por la Hoja de Ruta de siete puntos. Los grandes cambios fueron pasados a segundo plano y la oferta de un precio de 12 soles para el balón de gas y de creación de la Beca 18 y la Pensión 65 reformularon la imagen radical del candidato nacionalista, quien convenció a los votantes de su moderación y obtuvo la presidencia.
Evocando esta experiencia reciente podríamos preguntarnos ¿Qué ocurriría si Pedro Castillo anuncia como Primer Ministro a un político serio y respetable, como Ministro de Defensa a un general institucionalista y como ministro de Economía a un catedrático universitario del más alto nivel?, ¿podría alguien tildarlo de destructor de la economía o del Estado?, difícilmente. De igual modo, ¿qué ocurriría si Keiko Fujimori anuncia un cogobierno no con De Soto y López Aliaga sino con los partidos centristas y ofrece llevar en su gabinete a un probado defensor de los derechos humanos?, ¿alguien podría llamarla dictadora?, muy improbable.
Cualquiera de las dos propuestas podría llamarse Gobierno de Acuerdo Nacional.
Editorial
Los epígonos de Vladimiro

Epígono, m. Persona que sigue las huellas de otra, especialmente la que sigue una escuela o un estilo de una generación anterior.
El fin del acto electoral permite llamar la atención sobre un hecho especialmente preocupante para la democracia: el renacimiento de los métodos turbios de influencia de la opinión pública, ocurrido en los tres últimos meses.
Más allá de la distancia moral que se pudiera tener con el exasesor Vladimiro Montesinos, no se puede negar que fue el inventor de nuevas formas de manipulación masiva: hizo llorar imágenes religiosas, orquestó las carátulas de los diarios «chicha», mezcló los personajes de la farándula y del deporte en la política, inventó las encuestas distorsionadas, entre otras «innovaciones» psicosociales de los procesos electorales del fujimorismo.
Estos métodos revivieron las semanas pasadas: una encuestadora que daba su candidato auspiciador como ganador, hasta con 30% de la votación y al que algunos medios despistados concedían audiencia; un bombardeo en redes sociales en las que el candidato auspiciador insultaba a sus rivales, al gobierno y a los medios de comunicación; versiones falsas de encuestas de opinión en los días de restricción de difusión que lo ponían en el tope de las preferencias. El tinglado se empezó a caer en el momento en que el líder indiscutido del montaje no pudo leer el guion que otros le habían preparado. Cuando su precariedad electoral fue inocultable, lanzó la acusación de fraude para justificar que los resultados no coincidieran con las auspiciosas proyecciones autoelaboradas. Hasta el día mismo del sufragio se hizo aparecer ánforas con votos supuestamente ya marcados, para tratar de convencer a los electores que el gobierno tenía sus candidatos favoritos.
Parte de esta campaña malévola fue presentar a Verónika Mendoza como hija de Nicolás Maduro o miembro de la guardia personal de Abimael Guzmán, usando fotos burdamente trucadas. Pero, se les fue la mano. La demolición de Verónika dejó libre el camino a un desconocido profesor-rondero de Tacabamba, que se alzó con el voto de protesta. Hoy ya han empezado a «terruquearlo».
El drama de los creadores de escuelas, y Vladimiro lo fue de la de manipulación electoral, es que no necesariamente sus epígonos aplican bien sus enseñanzas.
Editorial
Hablaron las urnas

En las democracias, por subdesarrolladas que estas sean, el mandato inapelable es el de las elecciones. Y ayer los peruanos han enviado tres claros mensajes en las urnas que toca analizar a los actores y analistas políticos, comunicacionales y académicos.
Los primeros resultados revelan la primacía de un outsider radical que tiene casi seguro su pase a la segunda vuelta. Este hecho responde a una mala lectura general de los partidos sobre la situación del país. El electorado quería recambio de caras y de propuestas, menos floro y más compromiso práctico. Así, mientras que un candidato se llenaba la boca atribuyéndose ser casi el inventor de las rondas campesinas ayacuchanas en la lucha contra SL, las rondas campesinas reales, las de hoy, y el magisterio provinciano, juntos, han conquistado la primera posición superando a todas las fuerzas capitalinas, incluida la candidata de la izquierda institucional. Un verdadero caso de «desborde popular» comentaría, de estar vivo, José Matos Mar.
Pero esos resultados también han definido que ningún partido político tiene mayoría. Mal haría quien ha obtenido la primera mayoría en creerse el partido ganador, porque en realidad, con 16% del voto válido, tiene potencialmente el 84% de oposición en el electorado y en el Congreso. Este es un claro llamado a la necesidad de apertura y concertación, como lo hemos venido advirtiendo.
Finalmente, el resultado ha decantado tres grupos. Seis partidos principales: Perú Libre, Fuerza Popular, Avanza País, Renovación Nacional, AP y Juntos por el Perú., que dibujan un escenario de empate de fuerzas: 37% los partidos de centro e izquierda y 33% los partidos de derecha. Cuatro partidos concurrentes: Victoria Nacional, Alianza para el Progreso, Podemos Perú y Partido Morado, juntos suman un 20% y, por esta razón, podrían ser decisivos en la segunda vuelta. Ocho partidos descartados: los que, a sentir de los votantes, en los últimos años no han dado la talla para representarlos adecuadamente y que, incluso, perderían su inscripción: Somos Perú, PPC, Partido Nacionalista, UPP, Democracia Directa, Frente Amplio, Perú Patria Segura y RUNA.
De los dos partidos que entrarán en la segunda vuelta, el que lea mejor estos mensajes será, sin duda, el ganador de la presidencia.
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