
La política se ha convertido, en muchos casos, en refugio de corruptos o de aventureros y oportunistas.
Según una nota de prensa del Jurado Nacional de Elecciones (JNE) en las próximas elecciones municipales del cinco de octubre se han inscrito 97,387 candidatos provinciales y distritales para ocupar 12,368 cargos de alcaldes y regidores.
Según el tribunal electoral, en el ámbito provincial 1 896 candidatos competirán por una de las 195 alcaldías provinciales existentes en nuestro país. La cifra se eleva a 11,750 candidatos que competirán por las 1,647 alcaldías distritales en todo el país. Asimismo, existen 18,031 candidatos a regidores provinciales y 65 710 a regidores distritales que conforman las listas presentadas ante los Jurados Electorales Especiales (JEE), cuyas solicitudes de inscripción están siendo procesadas en los referidos organismos electorales (Andina: 09/07/14)
En el ámbito regional -en base a información del JNE- se han presentado 309 listas en las 25 regiones y, Tacna y Tumbes, dos regiones fronterizas, pequeñas en población y extensión, son las que cuentan con mayor cantidad de listas: 19 en total. Loreto, en cambio, tiene el menor número de candidatos: 7 listas inscritas.
Y si bien estas candidaturas, regionales y municipales, están sujetas todavía a ser admitidas por los JEE, luego de posibles tachas a candidatos y organizaciones políticas, queda claro que la fragmentación política, entendida ésta como la proliferación de listas y candidatos, continúa. Si en las elecciones del 2010 el número total de listas fue de 14,270, hoy asciende a 14,171. La reducción es mínima.
Puno es un buen ejemplo porque es la región que hoy presenta la mayor cantidad de candidatos a la presidencia regional, alcaldías provinciales y distritales en el sur del país. Según los registros de los cinco JEE instalados en esa región, 1,385 candidatos han presentado solicitud de inscripción (La República: 09/07/14).
En realidad, este proceso de fragmentación se inició en las elecciones municipales de 1993. Ese año, en Lima Metropolitana, se presentaron 38 listas provinciales y alrededor de 800 listas distritales.
El otro dato importante en aquellas elecciones fue que de los 38 candidatos provinciales, 28 se presentaron en listas independientes. Fue el año de la explosión de los llamados independientes promovida por el fujimorismo pero también expresión de la crisis de los partidos políticos que se vivió durante la década de los noventa.
Cuando regresó la democracia representativa, a inicios de este milenio, se pensó que esa crisis -que era al mismo tiempo de representación y de representatividad- podía ser superada. Las próximas elecciones regionales y municipales, como las anteriores, demuestran lo contrario.
Es posible ensayar una primera respuesta a esta proliferación de candidaturas a partir de los siguientes factores:
a) las facilidades de la ley electoral y el poco control de los organismos electorales en la creación de listas municipales o regionales;
b) la crisis de los llamados partidos nacionales que se expresa en sus escasos o débiles nexos con la población y que lleva a los ciudadanos a crear nuevas formas de representación como mecanismo para encontrar satisfacción a sus demandas; c) el discurso político que afirma que el mejor alcalde o presidente regional es el “mejor vecino” y no el representante de un partido político, con lo cual las elecciones terminan por despolitizarse;
d) la desafección de la política en la mayoría ciudadana como lo demuestran reiteradamente las encuestas; y
e) la existencia de mayores recursos económicos en las regiones y municipalidades como una suerte de incentivo perverso para el incremento de las listas.
A estos factores podemos sumar otras cuestiones también importantes. La primera es la incapacidad de crear un interés mayor en la ciudadanía que vaya más allá de los intereses de los propios candidatos. Cuando no existe ese interés no es posible la acción colectiva.
Lo que se tiene, más bien, es la fragmentación de la representación y el caudillismo; y hasta la política es vista como un mecanismo de enriquecimiento o de superación de problemas individuales o personales (esto también aplica en la elección congresal) que permite el nacimiento de mafias políticas como demostraría el caso de Ancash y lo sucedido en otras regiones.
La segunda es que la escasa implantación de los llamados partidos nacionales fuera de Lima, provoca lo que llamo el carácter bicéfalo de la “representación política nacional” en el país. Si analizamos y nos preguntamos, en el caso de las elecciones regionales, qué partidos con representación en el Congreso nacional -aquellos que tienen una supuesta representación nacional- se presentan en las elecciones regionales, veremos que su número siempre es inferior al de las listas independientes, las que además, son las victoriosas.
Dicho de manera más simple: la representación que se expresa en el Congreso no es la misma a aquella que aquella se da en las elecciones regionales y municipales. Entonces, en el país hay dos o hasta tres expresiones -si incluimos el ámbito municipal- de representación política.
La tercera cuestión es esta suerte de permisividad frente al transfuguismo político que puede ser definido como la capacidad de cambiar de partido u organización para ser reelegido.
Un ejemplo notable es el actual alcalde de Lurigancho (Chosica) que va por su sétima reelección. Esta vez Luis Bueno va por las filas de Solidaridad cuando en el año 2000 fue elegido como congresista por Acción Popular. Otro es el alcalde de Chorrillos, Augusto Miyashiro, elegido por primera vez en 1998. Él ha sido candidato del fujimorismo, de Somos Perú y ahora lidera un movimiento independiente que le ha permitido la reelección durante los últimos años.
En conclusión, somos un país de minorías políticas que se disputan cada cierto tiempo cuotas escasas de poder como consecuencia del centralismo, del defectuoso sistema electoral y de la crisis de los partidos políticos.
El resultado es que la política se ha convertido, en muchos casos, en refugio de corruptos o de aventureros y oportunistas que son cooptados fácilmente por el centralismo y los intereses privados. Y eso es un mal signo para una democracia débil frente a los poderes fácticos.